sábado, 29 de julio de 2017

Taj Mahal


“ Una lágrima de  mármol detenida en la mejilla del tiempo” 
    Rabinbranauth Tagore
Dejamos el Rajasthan y entramos en el estado de Utta Pradesh. Aquí está Agra,
la capital de los emperadores mogoles hasta que en 1658 la trasladaron a Delhi. En este
estado está el hogar de Sampat Pal y es donde nació el ejército de saris rosas, las Gulabi
Gang. Estas mujeres se unen para defenderse de los ataques de sus maridos, padres, tíos, 
porque como reza un dicho popular: invertir en una mujer es como regar el jardín del
vecino”. Tratan de mantenerlas con la mirada baja, sumisa, atadas bajo ese sindor8 que
deben pintarse cada vez con mayor longitud en su cuero cabelludo, para que su marido
sea longevo y esa bendición la buscan a través del ayuno en los días más calurosos.
Cualquier sacrificio es insignificante para ellos.  
Sampat Pal se levanta temprano, y su marido se muestra orgulloso de ella, de su
trabajo, no le impide viajar cuando su presencia es requerida por una mujer a la que
tratan de mantener analfabeta. Acude y dialoga, trata de que los varones entiendan que
no pueden seguir maltratando a sus mujeres, a sus hijas. Trata de que se liberen del
poder desmesurado y tóxicos de las suegras que sólo ven en sus nueras la perdurabilidad
de la familia en la concepción de varones, y se enfrenta a esa violencia feroz de algunos
hombres que no respetan a sus esposas, ni a sus hijas, y las consideran inferiores, una
propiedad que debe consagrarse en vida a sus deseos y caprichos. Ella en sus propias
carnes ha sufrido esta negación de la libertad, por parte de su familia paterna.
Si el diálogo no abre el camino de la igualdad Sampat hace uso de su vara y se
defiende, las defiende. Un ejército de mujeres vendrá con ella a hacerle entender que no
puede maltratar a ningún ser humano. Y si persiste amparado en el poder que le confiere             .

la tradición se la llevarán con ellas para instruirla en la lucha por su libertad y la de las
demás, y formará parte de las Gulabi Gang. La enseñarán a leer, escribir, coser, y a
defenderse. Sus saris magenta, intensos, vibrantes son su uniforme, su seña de identidad,
que hace honor a la diosa Mahadevi, a Kali, a Durga. 
Me he comprado un sari rosa en la ciudad sagrada de Puskhar y lo estrenaré en
Agra. Solo podía ser de ese color, rosa magenta, en honor a Sampat Pal, y a Dranpadi
que fue violada por  casi todos los pasajeros de un autobús en Delhi. Me hierve la
sangre cuando escucho que creen que hacer algo contra esta violencia, es prohibir cerrar
las cortinillas de los autobuses en Delhi. 
Lo estrenaré cuando vayamos a visitar el Taj Mahal, Todas nos hemos comprado
un sari y nos haremos una foto allí, en el Taj Mahal, este lugar mágico símbolo del amor,
séptima maravilla del mundo, Patrimonio de la Humanidad. 
En su interior yacen los restos de dos amantes, Muntaz que falleció al dar a luz a
al décimo cuarto hijo del emperador mogol Shah Jahan. Tercer emperador mogol de la
India, nieto de Akbar, fundador de la ciudad de Agra dicen que se enamoró locamente
de Arjumaud Barnu Begam, conocida como Muntaz Mahal, que significa la elegida del
Palacio. Con quince años, se enamoraron en el mercado de la ciudad donde ella vendía
especias, y se casaron cuando cumplieron los veinte años, el 10 de mayo de 1612.
Quince años después ocupó el trono como Shah Jahan. 
Y en 1631 durante el parto de su hijo, llamado Gauhara Begnes ella muere
mientras él libra una batalla. Al regresar y ver que su amor  había fallecido tras los tres
días en que se realizan los funerales su barba se volvió blanca y comenzó la
construcción del Taj Mahal, el mausoleo donde reposarán los restos de su amada, en una
de las curvas del río Yamuna, a su paso por Agra. 
Se concluye la obra en 1653
 Son las cinco de la mañana, ha amanecido y vamos todas ataviadas con nuestros
saris. Entramos en el recinto, una extensión más grande de lo que imaginaba, en
arenisca roja con fragmentos de mármol con inscripciones coránicas, la fusión entre lo
árabe y lo hindú está aquí. Tras cruzar la entrada enmarcado en un arco de medio punto
ya podemos verlo, la joya, la lágrima de mármol al fondo, el Tah Mahal, blanco,
resplandeciente, a ambos lados dos edificaciones donde estaba la mezquita y las
estancias de los eunucos y sirvientes. La simetría es perfecta solo se quiebra en el
interior del mausoleo, en las tumbas. 
Hay que descalzarse para entrar en la lágrima. El tacto de la arenisca roja, rugosa,
tibia es agradable. El camino se vuelve suave al pisar sobre el mármol. Su cúpula  me
recuerda a las de Samarcanda y por unos segundos vuelvo a la explanada donde está en
Buhara el Mausoleo de Samanidos, edificio de mampostería que fue  inspiración del Taj.
Recuerdo las siete vueltas que dí a su alrededor, pidiendo un deseo bajo aquel sol
implacable, la vela que estaba encendida en un pequeño hueco a la izquierda de la
puerta, símbolo del zoroastrismo y al hombre al que le compré las historias de Nasrudim.   
Pero aquí, en Agra la cúpula y las paredes son blancas y se realzan más sus líneas con
las inscripciones en piedra negra del versículo LXXXVI del Corán que dice así: “¡Ojalá
hubiese hecho buena sobras durante mi vida! ¡En ese día nadie atormentará con
tormento igual al de Dios; nadie será atado con sus cadenas! ¡Alma tranquila, vuelve a
tu Señor, satisfecha, complacida! ¡Entra junto a mis servidores! ¡Entra en mi Paraíso!”
Se refleja la cúpula en las aguas del estanque, los bellos jardines que lo rodean lo
hacen más resplandeciente, y cuando por fin llegas al interior, a pesar de los dos
minaretes que están ciertos de andamios, el eco de quietud asciende por las plantas de
mis pies. Noto como cada vez necesito ir más despacio. Es la admiración, la
contemplación del logro de los sueños, en ese instante en que se funde el tiempo, en que
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se encuentran las líneas que trazan el infinito, ese punto es aquí. Dos tumbas que
rompen la simetría de este lugar, dos tumbas que son jardín de de piedras preciosas, con
lapislázuli, turquesas, ámbar, rubíes, aguamarinas, incrustadas en mármol blanco, cálido,
poroso, frágil, como el amor. 
El río Yamuna trae una leve la brisa, y con ella el canto de las mujeres como un
susurro, mientras lavan, tiñen los saris en la orilla del río. Evoco el olor de la leche de
búfala que se alimenta en las riberas de este río. Este río que es hilo que los mantuvo
unidos a las dos almas que fueron una y se separó para volver a reencontrarse y fusionarse tras haber aprendido el valor del amor. Este río te lleva hacia el  Fuerte Rojo
desde donde el Shah Jahan fue encarcelado por uno de sus hijos, su sucesor, y pasó el
resto de su vida contemplando las orillas del Yamuna, desde una terraza de mármol
blanco, con incrustaciones de piedras semipreciosas, ámbar, malaquita, turquesas. En
aquel pabellón cárcel murió contemplando más allá de la curva del río el Tah Majal. 
La energía que hay allí me lleva a buscar con desasosiego la cúpula del Taj
Mahal, y al verla sentí cierta serenidad, cierta placidez. Allí le aguardaban los restos de
su esposa, enterrados en una cripta en tierra como marca la tradición musulmana, y
donde sus restos tras la cremación irían a reposar. Sus cuerpos yacen uno al lado de otro,
pero sus almas están separadas aún. No han aprendido el valor del verdadero amor que
nace de la ausencia de deseos, eclosiona en la compasión y se expande con generosidad
tras el nirvana, tras la Iluminación. 



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