sábado, 29 de julio de 2017

JODPUR, LA CIUDAD AZUL


La ciudad azul vista desde la Ciudadela del Sol, Menhrangarh, azul celeste
por sus tejados y paredes. Te adentras en la parte vieja de la ciudad y encuentras
hermosas casas, de arenisca roja que me recuerdan al harem, donde es posible ver
sin ser vista, desde detrás de la celosía. Callejuelas estrechas que serpentean a un
ritmo frenético desde le interior del tuk tuk. Se suceden los puestos ambulantes de
utensilios de cocina, telas. Los herreros golpean el yunque bajo una sombrilla blanca.
Inspiras profundamente una vez que el callejón da paso a una avenida y el aire te
hace cosquillas en la nariz. El aire pica. Sigues la intensidad de ese picor y te giras
para toparte con los sacos de cincuenta kilos de guindillas verdes y rojas a rebosar
en una esquina. En otra cuelgan las máscaras que cubrirán el rostro de la pareja
durante la celebración de la boda. Las vacas tratan de caminar entre los coches y las
furgonetas, la batalla la ganan ellas, porque serán muy cuidadosos, dado que la
ofrenda que tendrían que afrontar es peor que la dote de una hija. De soslayo ves a
dos mujeres cubiertas con un sari casi blanco que llevan cubiertas sus bocas con una
tela, que me recuerda a un esparadrapo, quizás lo hagan para no tragar ni un ácaro.
Sorteas otros tuk tuk a toda velocidad, y de repente todo se detiene, es la
hora en que el tren cruza en pueblo y el tráfico se para, aguarda a que pase esta
ciudad sobre ruedas.  Reanudas la marcha y el aire parece mecerte en esta atmósfera calurosa,
densa y recuperas las energías. 
El sonido de un tambor está cada vez más próximo. Para el tuk tuk y cruzas
la acera de la calle. Un grupo de mujeres vestidas con saris rosas y rojos siguen al
hombre del tambor, bajo una tela que les hace de parasol y las protege de las

miradas inquisitivas. Cantan, están contentas, las manos con henna se mueven al
compás de la música. 
Te adentras entre ellas moviendo las caderas, lanzando yu yus y me sigue
Mariam. Las dos hemos hecho el mismo movimiento, hemos lanzado el mismo grito
de alegría, y celebración. Es la energía femenina que se desata, el Sakri. Te
contoneas, chocas tu cadera contra la suya y se ríen. Me rodean. Se acercan hasta
dos centímetros de mí, desafiantes. Muevo las manos ante los ojos, mis dedos abren
y cierran los espacios para el diálogo, oscilan. Estoy rodeada de saris. No veo a
Mariam, pero ellas me rodean. Sus miradas hablan de frenos, de cólera, de ruegos,
entregas, permisos concedidos, lucha de poder que se enfrenta desde la fuerza del
interior rebelde. Surge la complicidad envuelta en risas tras no bajar la mirada,
mantener el reto, su dureza, su desafío y no retrocedes ante su proximidad invasora,
hasta que te reconoces y te reconocen. Somos Saraswati, la diosa de la sabiduría y
nuestro loto es ese sari rosa. 
El cortejo avanza por otra callejuela, unas nos llaman para que las
acompañemos, otras nos dicen adiós, se van alegres a buscar  a la diosa Ganesha,
para que rompa los obstáculos de la novia en esta nueva vida que comienza, y la
aleja de su madre y su padre para dejarla en manos de su marido y la suegra. 
Ella no tocará el dinero que han pagado por ella, su dote pero será visible
para ella, ya que determinará el trato que le dispensará su nueva familia, a la que fue
prometida cuando era una niña de nueve años. 

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