Ammán brilla, resplandece al sol de la tarde. Con la llamada a la oración
de la tarde desde Jabel al-Qal´a contemplo con los ojos entrecerrados la luz
reflejarse en las paredes encaladas, en las azoteas descender hasta el Teatro
Romano. Desde la planta del templo de Hércules la luz oscila, te eleva sobre
las pobladas colinas de Ammán y la intensidad del cielo azul se torna delicada,
ligera para teñir de tonos rosados el horizonte en el que entre los destellos
de las ventanas se reflejan los últimos
haces de luz solar.
Ammán con sus cinturones concéntricos, donde el tráfico frenético parece
no detenerse nunca está lejos de este otro Ammán, Ammán y sus callejuelas, sus
escalinatas serpenteantes, donde se enredan las puertas, caja de resonancias que alberga el eco de la
oración envolvente. Sentada bajo la higuera el atardecer parece detener el
tiempo y en alguna azotea de enfrente
algún hombre reza, uniéndose a esa danza en espiral, cual derviche, movilizando la energía, transformando en esa
espiral la luz y el sonido en vibración amorosa. Brota otra Ammán, la ciudad
envuelta en volutas de humo del narguile
que asciende desde las terrazas al caer la tarde, con olor a fresa, melón,
menta bajo los frondosos olivos y granados
alzas la mirada y las columnas del Templo de Hércules se tornan imponentes, regias.
El devenir de los acontecimientos pasados y futuros que parecían atados
con tiras de cuero se aflojan y se abre un resquicio por el que la tórrida
atmósfera se aligera. Entonces una voz cándida, armónica captura mis pasos. La
sigo impaciente, no es una cinta de Fairouz,
no, es una voz viva, es una música que acoge a pesar de no entender la
lengua con la que matiza las emociones. En el descansillo de la escalera una
muchacha está sentada y canta. Nos sonreímos y le tarareo de Oum Kelsoum, ella
empieza a cantarla… - ¡Fairouz! Exclamo y me deleite con Li Beirut. Tarareo de Amr Diab: Habibi
ya nour el ain y la entonamos las dos.
Unos muchachos vienen a buscarla y
se va con ellos.
Más tarde tras la cena en la
escalinata de la entrada del hotel un grupo de adolescentes ríen, cantan, entre
ellos busco a la muchacha. Nos reconocemos y viene acompañada por otra muchacha con su
pañuelo palestino. Nos explican que son un grupo de jóvenes talentos de Yemen,
Palestina, Jordania, que se reúnen en Ammán y que su talento es la pintura, el de otro
muchacho que se acerca el canto y el de la muchacha recitar.
Quedamos en unos minutos, en un rincón del lobby y voy a buscar el libro
de Maram al Masri que se cayó de la estantería cuando preparaba la maleta y al
traerlo pensé: - Qué mejor que llevar la poesía de Maram hasta el Monte Nebo,
será como acercarla a la puerta de casa. – Y ahora cobra vida en la voz de esta
joven yemení que con una elegancia serena,
y dulce luce su hiyab morado y su caftán
negro.
El muchacho se sienta con nosotras
y ante los primeros poemas que él lee en árabe y yo en español deja de lado el
libro, comienza a recitar a Darwish de memoria.
Lo dejo terminar y rescato los versos que dejo entre su pierna y el
brazo del sofá. ¿Qué palabras le
perturban? Quizás: cuerpo de mujer, los fantasmas de mis pensamientos, la soledad que nos une, los ladrones del
sueño…
Los versos silenciados en Damasco colman a esta juventud ávida, sedienta
de saberes antiguos, que les han sido negados, ocultados. Una corriente evocadora de emociones nos
cobija y así entrelazando dos lenguas, el castellano y el árabe nos deslizamos
por los versos de Cereza roja sobre losas
blancas. De soslayo veo a las
adultas que acompañan a estas jóvenes observándonos y ante el temor de la
censura rompo este ritmo amoroso en que nos mecemos. Dejo que se sacien de los
versos en su lengua materna sin interrupción, aprovechando el tiempo que nos
resta.
Me deleito observando cono se mueven por este laberinto en el que de
mujer a mujer la comunicación se entabla con fluidez, y en el que se reconocen.
Hay tanta gratitud en sus miradas, quizás no lleguen nunca los emails que nos
intercambiamos, quizás censuren su correo pero, este momento en el que una
extranjera les ha mostrado a una poetisa de su cultura, en dos lenguas
permanecerá.
Abierta queda la frontera del corazón donde no llegaran a construirse
vallas, ni introducir medio disuasorio
alguno que impida sentir los latidos del alma. Esos pálpitos son los mismos que
sustentan la poesía, la música, la danza, y transcienden los obstáculos, van
más allá del entendimiento, provocan reciprocidad, comprensión, unidad. La luz
de Ammán renace, y se expande en las
miradas de las generaciones venideras que transmiten la magia del encuentro,
desde su asombro más inocente, desde el despertar del deseo por saber más, por
aprehenderse de lo silenciado con avidez, y entender que lo que otros censuran
es fruto de sus miedos a reconocerse humanos, sensibles y creadores.
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