lunes, 27 de enero de 2014

Soles

SOLES

Soles de medianoche, con tres soles comparto mis mañanas, tres soles en apariencia frágiles, tres instantáneas en las que la piel blanca, morena, aceituna nos recuerda la diversidad de culturas, las pieles multicolores, los cabellos castaños, negros azabaches, rubios, tres modelos de belleza, tres infancias que representan tres latitudes, el norte de Europa, el sur de Europa, y la América indígena, la de los indios chibcha. Tres infancias que se encuentran al moverse y se rompen en el caos, en el desagüe en el que se precipitan estereotipias, cabezazos contra la pared, micciones descontroladas, llantos eternos, gritos, insultos, patadas, aullidos, ascensos a las alturas para tomar distancia de los movimientos descontrolados, agresivos, de la quietud de los comedores de hojas, los lanzadores de zapatos, y el superhéroe que encerrado en la etiqueta de algún desorden del desarrollo exhibe  orgulloso y amenazante en sus manos el botón, que hará estallar el mundo.
Emerge en el movimiento la quiebra con toda normalidad, con toda previsión, desaparece la certeza del control y el vaivén de lo imprevisible nos obliga a estar alerta permanente, a tratar de cubrirnos la espalda, alertamos de las carreras descontroladas con una voz, aprendemos a no gritar cuando nos pellizcan, y ante los gritos y los golpes al otro lado de la pared, ya no se abren puertas, ni para curiosear. Los recuerdos se agolpan, vuelven pero han perdido la fuerza de aquellos olores que perturbaban mi sueño y cerraban mi estómago.
- Estamos intactas, no nos han agredido hoy, estamos bien. No acabamos la jornada laboral en el hospital, hoy tenemos algo para celebrar, estamos vivas, nos movemos con autonomía. Cada día es una batalla ganada, el recuerdo de que cada día es un regalo de la vida, en el que se encuentran cosas hermosas también, como son la noticia de que una compañera no está en el hospital ya, tiene una contusión y una inflamación en las cervicales, pero al menos está en su casa, dolorida, magullada, con el susto en el cuerpo aún, pero podría ser peor.
Tres soles que me recuerdan cuando los miro sentados en sus pupitres aquellos versos de Benedetti: “Todos estamos rotos pero enteros, quizá más diezmados, pero más sabios.” Y ellos quizás sean el espejo en que me veo en el futuro con otros niños, en otros lugares.


Aves migratorias. Impresiones de una superviviente

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Relatos en la web


REIR Y OTROS RELATOS HIPERBREVES

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El embrujo del desierto

EL EMBRUJO DEL DESIERTO
El bazar de Abdel Akif, el servidor del simpático, en el centro de Marraquech es un lugar singular en el que todos los turistas acaban dejando parte de sí mismos. El bazar lo regenta Abdu Hadir, el servidor del poderoso. Su hermano Abdel Akif es el encargado de las mercancías. Habitualmente en la plaza de Yemá el-Fna, Abdel Akif tiene sus contactos para detectar a aquellos turistas que por ejemplo no sueltan ni un dinar para que les quiten a la cobra del cuello. Estos son tipos interesantes y escasos. Kalima con su chilaba roída se sienta en el suelo, sin una luz que anuncie su presencia entre la multitud. Con la mirada en el suelo mezcla las cartas con parsimonia. Hay que tener el olfato de un elefante para no pisarla. Kalima siempre da a estos turistas una tarjeta del bazar y siempre acuden para tomarse un té a la menta o caer bajo el embrujo de las cinco jirafas con la mirada perdida en la sabana, de los trescientos catorce ventiladores... Mohamed, el chico de seis años que aguarda a la salida del Hotel La Mamounia, con su caja de limpiabotas, guía a los turistas que no llevan reloj, ni ningún otro adorno que no sea la gena, exceptuando a aquellas muchachas que luce una buena alheña en los pies y los chicos que la llevan en las manos, ya que sólo de los casados decoran estas partes de su cuerpo como símbolo de su alianza.
Todo marchaba bien hasta el verano pasado, cuando cinco autocares, con un total de doscientos cincuenta y seis turistas desaparecieron en la medina de Fez y aparecieron doscientas cincuenta y seis brújulas que jamás perdieron el norte, sobre una alfombra persa, en el bazar de Abdel Akif. Este las vendió con rapidez a los emigrantes sin papeles, que dejaban atrás su miseria en busca de un falso paraíso en España. Las brújulas les ayudaron a proseguir su camino hacia el norte, cuando las cigüeñas y las golondrinas retornaban al sur.
Algunos de aquellos emigrantes regresaron a su Marraquech natal y entre ellos, Rafael se asoció con Abdel Akif y Abdu Hadir. Rafael contaba en la plaza junto al puesto sesenta y dos de las mandarinas, la historia de las brújulas mágicas de Abdel Akif y Abdu Hadir:
- Vivía en la región de Larache rezumando pobreza por todas partes, cuando decidí emprender viaje y buscar fortuna. Me despedí de mi familia y me encaminé rumbo a Tánger. Una vez allí un hombre me habló de las brújulas que jamás perdían el norte. Esto era lo que necesitaba, ya que en la frontera uno de los guardianes era un buen amigo mío y se limitaría a volver la mirada hacia otro lado. Caminé durante varias semanas hasta llegar a Marraquech, al bazar de Abdel Akif. No tenía dinero para comprar la brújula, pero me propuso un cambio. Si lograba traer hasta la plaza seis elefantes tallados en madera de cedro, de tamaño natural desde el sur, me entregaría la brújula. Los elefantes habían sido encontrados por una caravana en un palmeral y nadie había sido capaz de moverlos.
Me puse en marcha con rapidez y al volante de la furgoneta de Abdel Akif rumbo a la cordillera del Atlas.Tras cruzarla llegué al desierto. Viajaba por las noches ya que durante el día el calor era demoledor. Conseguí llegar y me encontré con los seis elefantes unidos por sus trompas. Cada uno llevaba unos patines, así que los enganché a la furgoneta y comencé mi viaje de regreso. La marcha fue lenta, pero segura, hasta que se paralizó al llegar a la altura del Alto Atlas. Los elefantes pesaban demasiado y la furgoneta no era capaz de contrarrestar el peso. Decidí detenerme y preparar un té a la menta, mientras la solución se cruzaba conmigo o por el contrario yo me topaba con ella. Cerré los ojos al calor de la lumbre y caí en un profundo sueño mientras los primeros copos de nieve comenzaban a caer. Un hombre de uno noventa y tres de estatura, cabello largo, rubio, ojos verdes se sentó a mi lado y se quedó mirándome fijamente. Al verle me sobresalté y comenzó a gritar de una forma semejante a las mujeres beréberes. Al cabo de unos minutos me encontré rodeado por una tribu de hombres semejantes a aquel, con sus chilabas blancas de lana. Me dieron una de ellas y me ofrecieron unos dátiles. Me puse la ropa y me los comí. Ellos se sentaron a mí alrededor, sin decir ni una palabra. Al alba me acompañaron hasta mi vehículo y seis de ellos se subieron sobre los elefantes, mientras el resto con sus tambores comenzaron a danzar. Los elefantes comenzaron a moverse al compás de la música remolcando la furgoneta. Así fue como conseguí cruzar los Atlas y llegar a la llanura
Una vez allí, los hombres desaparecieron durante la noche y los elefantes al alba volvieron a ser de madera. Tras mis oraciones de la mañana me encaminé rumbo hacia el bazar de Abdel Akif. Este maravillado por mi hazaña me dio la brújula y me ofreció un trabajo en su bazar como socio, si decidía quedarme en Marraquech incorporándome inmediatamente o de lo contrario cuando yo estuviese preparado para ello. Le día las gracias y decidí intentar llegar a España.
Con mi brújula y un futuro no mucho menos incierto crucé la frontera. Lo difícil fue introducirme en el equipaje de un turista americano y embarcar en el ferry. Alá me salvó de morir ahogado y logré alcanzar las costas gaditanas. Seguí la ruta de las cigüeñas y llegué al norte. Este me recibió con el escalofrío de las miradas de aquellos que se cruzaban conmigo. Aquella no era la tierra prometida. Me sentía más libre en mi país que allí, entre el desprecio y la indiferencia de aquellos que me rodeaban. Perdí mi brújula una noche fría entre los escombros de la obra en la que nos refugiábamos unos veinte africanos, como nos llamaban en el albergue. Tuvimos que salir con precipitación cuando la policía entró buscando a unos ladrones. Y decidí que lo mejor sería volver a casa.
Un hombre al que no conocía me ofreció su casa, su comida, ropas y la ayuda necesaria para volver a Marraquech. Yo no entendía la causa de su ofrecimiento, hasta que me mostró un recorte en el que decía: Misteriosa desaparición de cinco autocares de turistas en Marruecos. Me dijo que no había explicación racional, pero él era uno de esos turistas y por arte de birlibirloque tras tatuarse los pies con gena, se había transformado en una brújula. Al traerla hasta su lugar de origen el hechizo se rompió y recobró su condición como ser humano.
Acepté su ayuda y una vez al año nos vemos. Ahora vivo en Marraquech y trabajo en el Bazar. Voy a la plaza de Yemá el-Fna y cuento mi historia a todo aquel que tenga tiempo para prestar sus oídos a la narración de mis viajes, a cambio de unos dinares, bajo la mirada atenta de la policía, que tiene por real mandato no creer en la irracionalidad, pero una de sus orejas escucha atenta, mientras sus ojos buscan el versículo del Corán que les salvaguardará del mal de ojo.



http://www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/Esmeralda_Vizcaino_relatos.asp


sábado, 25 de enero de 2014

Poetas y escritores por Ciudad Juárez

Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".
Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.




EL RETORNO DE DZIÚ

- Tomas, ¿ya estás en casa? ¿Cómo has regresado tan pronto?- Preguntó Juana a su esposo mientras acababa de amasar el pan. Él entró en la cocina y taciturno se sentó en su silla. Juana le miró de reojo mientras colocaba la masa en el horno y tras lavarse las manos, sirvió dos infusiones. Se acomodó frente a él y con una caricia le acercó la taza. Tomás ensimismado fijó su mirada en las pequeñas flores de azahar pintadas que rodeaban el asa de la taza y Juana susurró:
-Tomás apura las hierbas, ya verás como en un santiamén alejaran esas atrocidades con los que te cruzaste.
-No es eso Juana.
-Mírame. No puedes engañarme, esos ojos han llorado. Ya me imagino lo que han vuelto a ver…
-No Juana, hoy ha sido distinto.
-Anda bebe, las hierbas te harán bien.
-No las necesito. Escúchame, hoy al regresar ya era tarde y tomé el autobús, al llegar a la plaza se subieron tres muchachos que comenzaron a repartir libritos a la gente. Al llegar a mi altura se agotaron y no sabía qué hacer, si seguir mirando por la ventanilla, o hacia el suelo cuando se disculparon por no tener suficientes ejemplares. Esa disculpa me hizo sonreír y uno de ellos me miró con complicidad, tratando de trasmitir sosiego y me pidió permiso para sentarse a mi lado.
-Tomás ¿cuándo podremos volver a recuperar la confianza para mirarnos de frente, con una mirada honesta, sincera, sin tapujos que nos permita reconocernos?
-Pronto, estamos cambiando. Hoy lo he visto. Comenzaron a leer en voz en alta, era tanta la delicadeza, la pasión con la que leían que me olvidé de que estaba sentado en un autocar. Cerré los ojos y por unos instantes, volví a tener ocho años, y escuché a mi madre con su voz profunda, serena contándome como el pájaro Dziú se adentró en el gran incendio que provocaron para que la tierra volviera a ser fértil, con el objetivo de salvar las semillas del maíz. Sentí de nuevo la fuerza con que ella me decía que a Dziú no le importó sacrificar su bello plumaje y cómo las demás aves cuidaron de él, incubaron sus huevos, le construyeron el nido, le buscaron alimento, y le acompañaron. Me emocioné tanto cielito… las lágrimas brotaban sin contención y me sentí feliz. Ya ves, hace tanto tiempo que no escuchaba ese cuento. Era el que le pedía a mi madre antes de dormir y ha regresado para enseñarnos el camino.
-¡Qué lindo Tomás! ¡Ven!- Se abrazaron en la cocina mientras en el horno la masa de pan tomaba la forma de un pájaro, el pájaro Dziú.



LAS GUERRERAS

          Las campanas anunciaban las doce del medio día, y bajo un sol de justicia mis pasos me alejaban de las calles asfaltadas. Cada vez había menos mujeres en el exterior de las casas. Me crucé con un grupo que salía del trabajo. Las seguí a cierta distancia. Ante los coches que atravesaban la calzada nos adentrábamos en una nube polvorienta, aceleraron el paso y sentí su estado de alerta. Las farolas estaban forradas con carteles en los que se leían nombres femeninos sobre cruces rosadas. ¿Dónde estaban los niños que antaño jugaban en la calle? Sus improvisados patios de juegos, se habían transformado en tierra sembrada con cruces rosas por cientos de mujeres, niñas que han desaparecido, que han muerto asesinadas.
Miro a mí alrededor y no reconozco la Ciudad Juárez que alimentó mis ansias de forjar revoluciones, que devolvieran a los indígenas su territorio usurpado. Entonces, cobran corporeidad todos los correos, las páginas que he leído en las que se relataba: la muerte de Susana Chávez, las dificultades que tuvo Julia Monárrez para recoger en una base de datos todos los feminicidios que han transformado en necrópolis a Juárez y al leer en una de las cruces “ni una muerta más” me siento mareada, me sobrevienen arcadas, caigo al suelo y de rodillas vomito. El ruido de unas motos se aproxima y escucho: - ¡Vamos las guerreras!.-
Me incorporo y veo rodeada por nueve mujeres sobre sus motos rosadas. Una de ellas desciende, y se aproxima para preguntarme si preciso ayuda. Me tambaleo pero me ayuda a sostenerme. Otra de ellas me da un poco de agua. Al cabo de unos minutos una mujer mayor se acerca a ellas y les dice: - Cecilia gracias por venir, tengo al pequeño con mucha fiebre.- Mientras una de ellas saca del maletero de su motocicleta unas medicinas y se las da, junto con un jamón. La mujer agradecida lo toma y se va. Cecilia se coloca el pañuelo que sujeta su melena y me pregunta: - ¿Te encuentras con ánimos para darte una vuelta con nosotras por la colonia Taraomara? –
Las observo, son mujeres de entre treinta, y cuarenta años, lucen pañoletas y chaquetas de cuero con el emblema: las guerreras. Ante mi desconcierto, una de ellas me dice: - Soy Lorena Granados. Somos las guerreras, dedicamos los domingos a llevar un poco de comida, medicamentos, ropa a los que no tienen nada. Ven con nosotras si quieres, luego te llevamos a tu casa, a cambio seguro que podrás contar lo que hacemos.-

Monté y me agarré a la cintura de Isabel. Recorrimos aquella colonia repartiendo alimentos, ropa y zapatos. Cuando ya no quedaba nada fuimos a la casa de Lorena, allí apuntaron las peticiones que les habían hecho y luego cada una regresó con su familia.
Ayudé a preparar arroz con frijoles, recogimos la mesa, y ayudamos a las niñas con las tareas de la escuela. Le pregunté si no tenía miedo de los narcos y sonriendo me respondió: - ¡Vamos las guerreras!-

- http://poemasporciudadjuarez.blogspot.com.es/2012/09/esmeralda-vizcaino-gijon-asturias.html

Laberintos en espiral

Alunizaje

¿Y si despertara miedo en la gente,
o solo asco,
o sólo compasión?
¿Y si hubiera nacido no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?
   Wislawa Szymborska
ALUNIZAJE
10/09/08

Mañana será el primer día de verdad, el primer día real, hasta ahora son los mundos de los adultos/as, de las paranoias, de las realidades recreadas por  los poderosos, que no son menos reales, y ante ellas, hay formas de eludir, de evadirse, de no escuchar, de "defenderse", de huir. Pero mañana con ellos la realidad será tangible, visceral, ineludible, autentica, no habrá escape posible. Son la cruda realidad, lo que somos: animales, en estado más puro, animales sociales, dañados, con sus capacidades mutiladas, con sus arrebatos, con su impronta pura, con todo lo que reprimimos los demás desatado, la pulsión, no hay escondite, no hay huida.
No hay más que un camino, mirarles a la cara, no sentir miedo, porque lo huelen, manejarlos, no perder el autocontrol, jugar como la equilibrista en esa quebradiza y frágil frontera que, nos separa y mantener la calma. No aspiro a nada mañana, a ver a quienes tengo delante, a que me sigan y en esa danza que sea yo la que dirige, la que lleva con tranquilidad, y si pasamos la mañana sin agresiones, sin ataques epilépticos, sin perretas interminables, tranquilos y enteros, sin hematomas, sin heridas, el día será un éxito. Lo demás no es real, no cuenta, no está en las prioridades, así que música: Moon River que le gusta a uno de ellos en múltiples versiones, música relajada, una pelota, colores para pintar, para trazar líneas, para dibujar sin más, para ver qué saben imitar y poco más. Aquí no me sirve Richy, aquí no me sirven los cuentos, aquí estamos desdentados, sin armaduras, frente a ellos. Aquí hay que cuidar la espalda, no tenerlos nunca detrás, estar atenta, y transmitir tranquilidad, seguridad, el incienso estará presente más para mi quizás que para ellos, no lo sé, estará, (canela, azahar) y vamos viendo. Si aprendí algo tras estar aquí, hace nueve años, es que es importante que una esté bien, para que ellos estén bien. Aquí aporto mi paciencia, mi tranquilidad, esa decisión y seguridad que transmito (y no es tan férrea como parece) y nada más. Es una prueba de resistencia, es un ramadán distinto, mi ramadán particular, un ramadán en el que ayunar de títeres, de cuentos, de creaciones literarias con ellos a varios manos, que no sobre ellos.  Veremos que me trae de nuevo este puerto, Gijón.

11/09/08

Hay días y días, hay noches de insomnio, noches en que el sueño no llega, y el día comienza metido en lluvia, una lluvia pertinaz, voraz, y en el aniversario del derribo de las gemelas, un deseo se expande a las 9.30, hoy es otro 11S esperamos que no sucumba nadie, que la mañana discurra sin ataques epilépticos, sin agresiones, ojalá el día sea bueno para todas y todos.
Un nombre y una cara en una fotografía al pie del bus, no sabemos cuál de los Christian es el nuestro:
- ¿Cuantos hay?
- Tres.
_ El mío será pequeño, debe ser ese,…  se parece a la foto.- Susurra la maestra nueva.
- El mío será mediano tirando a grande digo yo,. ¿cómo quieres al tuyo? ¿de qué talla?
 Y la risa brota bajo la lluvia insistente, cada una lleva a su criatura hacia adentro, hacia su colegio.
Hoy faltan muchos, la vuelta es dura sin la menor duda, y las puertas se van cerrando en el pasillo, una tras otra.  Llueve, llueve en abundancia y un avión surca el cielo. "¿Qué es eso? " pregunta ante el clamor de los motores. Son las primeras palabras legibles, con sentido, hasta ahora y repite: ”avión, avión”. Quiere levantarse, ¿quiere encontrarlo en el pedazo de cielo o sólo deambular sorprendiéndose ante su imagen en el espejo?.
 Camina en círculos, busca la música, quiere tocar las notas, jugar con ellas, inventar un lenguaje nuevo y tararea, tararea Moon River, mientras no es capaz de quitarse la chaqueta, ni sacar el bocadillo de mortadela que, su madre le ha preparado, ni pedir ir al baño.
Suda, suda y tira de los pelos a otro compañero, no sabe cuando empieza, cuando acaba lo que le rodea, la música es la constante, el hilo del guión. Derecha, izquierda, todo se mezclan en un caos interno, en el que la música logra entrar sin resistencias, sin dolor, y la aparente felicidad de su rostro te devuelve la certeza de que el día no ha sido malo, ha sido un primer día sin sentirte inútil. Al menos habéis colocado el escenario, sillas que se suben y se bajan, las ayudas son múltiples para agarrar una cera, para colgar la mochila, quitarse y ponerse la chaqueta, peinarse, escuchar, esperar, sentarse, iniciar y concluir cualquier acción. Mañana es una incógnita, quizás las palabras nítidas: "puta, coño", susurradas hoy en tu presencia, mañana las exprese con la misma firmeza con que hoy, se las lanzó a la cuidadora. Mañana, la música y puede que el olor invadan la estancia en la que el sol al menos entra y esta será la primera vez, en que no pasarás frío en la clase.
Y hoy la sorpresa ha sido encontrarme con Mónica contando el cuento de Pulgarcito, contando a sus alumnos y al mío, a siete enanitos, un cuento en el que mi voz subía y bajaba, durante esas inflexiones escuchaban tres de ellos, el resto a ratos. La alegría brotó de dentro, era casi increíble pero cierto. Entre los aullidos de Rafa, sus gritos y su rostro desencajado, los intentos de abalanzarse sobre la cabeza del adulto, de un adolescente con una sonrisa que se asemeja a una máscara, la fusión entre el cuerpo de la frágil niña y la pierna de la maestra, se da la escucha atenta ante los ronquidos del ogro, y el temor de los hermanos de Pulgarcito pidiendo ayuda. ¿Será la magia de los cuentos? ¿Será la fuerza de la narración?, ¿ o será la necesidad de narrar que habita en mi, lo que hace posible la construcción de esta escucha atenta por parte de tres personas?.




Laberintos en espiral

Este conjunto de relatos fue escrito tras un año trabajando en un centro de Educación Especial.  Ante la dificultad para encontrar editoriales que se atrevan a difundir otros relatos de personas que no estamos en la televisión pues me he decidido a ir mostrando estos relatos... espero que les guste y que dejen comentarios.

Dedicatoria



A María Alonso, Mónica Canga y Victoria Elorza

con gratitud, cariño y admiración.